Sigue dejando que tu sonrisa ilumine el mundo, al menos el mio.

Sigue dejando que tu sonrisa ilumine el mundo, al menos el mio.
Oceànica sensació.

miércoles, 3 de abril de 2024

Crónica de una muerte anunciada.

Podría mentir y decir que la certeza no me persigue dese el invierno.

Podría cerrar los ojos, sonreír tímidamente y afirmar sin a penas titubear que no se trata de promesas de estabilidad, que nunca sentí la necesidad de decir es aquí, quiero que se aquí. Podría fijar mis pupilas indistintamente en cualquier atisbo azul tratando de buscar aprobación en ese lugar, siempre dentro, donde siempre llueve. Tampoco miento si reitero la indudable certeza incondicional que llevo tatuada en el alma, que siento cada vez que acaricio mi piel. Clamar a la inmensidad que se puede ser adicto a cierto tipo de tristeza, y que dicha certeza me acompañará el resto mi vida.

Sin embargo, algo se tensa por dentro cuando acaricio su piel y no encuentro cabida. Estabilidad. Cuando recorro los centímetros de inmensidad desierta y trato de afirmar sin a penas titubear que no se trata de promesas de estabilidad. Que los ojos se congelan cuando nada detiene los momentos, cuando nada hay de extraordinario en la medida del tiempo, cuando los segundos parecen minutos y éstos horas.

Podría mentir y decir que todavía me reconozco. 

Podría decir que pasan desapercibidos lo momentos en los que la realidad se revuelve y confunde, que ya no recuerdo a que sol bailan mis caderas, que soy incapaz de determinar el valor de un abrazo, de precisar con certeza el precio de los gestos. Podría decir que no se paraliza el ambiente cuando desesperada busco en la complicidad en las miradas y solo encuentro interrogantes.

Podría decir que no sé a qué sabe la ansiedad.

Podría mentir y afirmar que las competiciones son agua pasada, que ya no me reflejo en otros cuerpos, en otros iris. Podría decir que ya no me detengo en las carencias, que ya no me observo con tormentas en las pupilas Podría mentir y afirmar que no me cuestiono hasta el blanco de los ojos, que todo lo que me sobra en las piernas me falta también al pensar. Podría, sí, darme cuenta que vuelvo a escribir desde el suelo.

Detenerme un instante ante el abismo de mi vida e inhalar profundamente los grandes momentos que me erigen. Podría mentir y decir que el pasado no me persigue, que no me recuerdo entre las letras y el humo. Podría decir, claro, que casi no recuerdo la luz que emitía, las noches de poesía y trincheras donde eran otras manos las que me deleitaban con los poemas, con mis poemas. Que podría decir que ya casi no me acuerdo de lo tenue de la luz cuando recorrían mis líneas y, boquiabiertos, abrazaban al zar y al destino por compatirme ese preciso momento. Y cuanto reía, y cuánto lloré al cegarme un destello de felicidad.

Podría sostener una copa de vino y afirmar, con cierta risa nerviosa, que la inseguridad me persigue y siempre me alcanza. Que me miro y no encuentro la suficiencia, no logro entrever esa luz cegadora que me define y diferencia, como si a su lado se desvaneciera en el aire.

Podría decir, por supuesto, que dejarse llevar es ahora hacia el abismo.

Que la ternura se ha rendido a la racionalidad, que futuro se excita ahora con cascabeles engarzados y trebejos concienzudamente ordenados. Que poco se puede esperar de la conexión, de la explosión de dos cuerpos enfrentados, acariciados, derritiendo las frías noches de enero. Que nada se esconde tras el vino, que las cervezas son solo ocasionales y los días se rinden a la norma. Que la subjetividad de afecto recorre un amplia gama de colores y sabores, que el quejido de los días desquicia la esperanza.


Podría decir que todo esto no es cierto, pero si quieres, sí es cierto.