Sigue dejando que tu sonrisa ilumine el mundo, al menos el mio.

Sigue dejando que tu sonrisa ilumine el mundo, al menos el mio.
Oceànica sensació.

lunes, 8 de febrero de 2021

Es horrible el miedo incontenible.

 Los bucles que forman parte de mi vida me aman.

Me ven caminando, tranquila, al sol de las baldosas grises mientras me observan de reojo, giran mis esquinas y me persiguen, saltan, se abalanzan y me agarran con fuerza. Los rumbos tormentosos que vienen a mi encuentro, las voraces espirales que me atrapan en sus centros, en el vacío del centro puro de mi misma.

Y los abismos se me presentan cada dos pasos, con carteles de colores que señalan, rechazando, el camino de la sombra de quien fui, con media sonrisa pintada en la cara reflejando la gélida calidez a la que me conducen. Y yo me dejo llevar, sólo me dejo llevar.

Estoy esperando a que un golpe de suerte ponga en orden mi vida.

Arrastro los pies y mi alma, desdibujo los caminos de la memoria, las sendas que nunca tendré el placer de volver a pisar, y focalizo mi atención en todo lo triste que suponen las sombras de lo que podría ser y no soy, de lo que jamás haré. Y todos los miedos de este maldito mundo me acompañan mientras el espejo se ríe a carcajadas cada vez que me peino, cada vez que me acaricio la piel y la desgarro, cada vez que estallo en llanto mientras hundo con fuerza mi dedo en las heridas. Que quiero ver sangre, que quiero ser sangre.

Entonces los precipicios aparecen y se rompen los puentes, y hasta la tristeza colgante de Bristol parece acogedora dese aquí. Y deslizo la tinta por mi piel, siempre en vertical, y camino en línea recta pensando que podré desteñir el mar. O al menos fundirme, deshacerme.

Cuando el porvenir es un disparo que no perfora pero mata.

Cuando el brillo del alma ciega, taladra, y las únicas fuerzas que se consiguen erguir están hechas de la incertidumbre que cubre el manto de los días. Cuando los días duelen, cuando se clavan como puñales, cuando la monotonía de la perdición envuelve cada momento. Ese gris sobrecogedor que conduce el rumbo de mis pupilas, que de nuevo en bucle me conduce al abismo de mis entrañas. Y hace frío y llueve, y huele como a los caminos congelados en los que lloré la vida en inglés. 

Y la vida se me escapa entre los dedos mientras lo observo atónita.

Y miro a mi alrededor pero no alcanzo a ver el sol, se me nublan las ideas y se inundan mis ojos, y respondo con una sonrisa alegre, espantosamente alegre. E intento buscar mi dosis en los libros, intento acallar mi conciencia cerciorándome que no soy la única a la que la tinta le pesa, a la que le arrollan los nuevos días. Y, de repente, me descubro leyendo desde el suelo, debajo a la izquierda, donde todas las sombras adquieren sentido. Y se pegan fuerte a mi, me sujetan con hilos rojos hechos de destino, y me susurran que desde aquí el fuego no quema, que los para siempre ahora tendrán un para siempre. Desde aquí.

Y todo se me viene encima con una extraña sensación de merecerlo, de perseguirlo de forma insaciable. Y de nuevo vuelven los precipicios empedrados de flores y esta curiosidad malsana de ir a su encuentro. Y reconociendo que desde aquí dentro la vida duele igual, pero dibujando sonrisas con la mano derecha nunca me ganó nadie. Y desde el centro puro de mis bucles salgo a la calle, con la pintura corrida pero la sonrisa tan firme como me permiten sujetar mis manos.


- Creo que eres la chica más alegre que he conocido en mi vida.

  - Creo que nunca te has parado a conocer a ninguna.