Sigue dejando que tu sonrisa ilumine el mundo, al menos el mio.

Sigue dejando que tu sonrisa ilumine el mundo, al menos el mio.
Oceànica sensació.

miércoles, 3 de abril de 2024

Crónica de una muerte anunciada.

Podría mentir y decir que la certeza no me persigue dese el invierno.

Podría cerrar los ojos, sonreír tímidamente y afirmar sin a penas titubear que no se trata de promesas de estabilidad, que nunca sentí la necesidad de decir es aquí, quiero que se aquí. Podría fijar mis pupilas indistintamente en cualquier atisbo azul tratando de buscar aprobación en ese lugar, siempre dentro, donde siempre llueve. Tampoco miento si reitero la indudable certeza incondicional que llevo tatuada en el alma, que siento cada vez que acaricio mi piel. Clamar a la inmensidad que se puede ser adicto a cierto tipo de tristeza, y que dicha certeza me acompañará el resto mi vida.

Sin embargo, algo se tensa por dentro cuando acaricio su piel y no encuentro cabida. Estabilidad. Cuando recorro los centímetros de inmensidad desierta y trato de afirmar sin a penas titubear que no se trata de promesas de estabilidad. Que los ojos se congelan cuando nada detiene los momentos, cuando nada hay de extraordinario en la medida del tiempo, cuando los segundos parecen minutos y éstos horas.

Podría mentir y decir que todavía me reconozco. 

Podría decir que pasan desapercibidos lo momentos en los que la realidad se revuelve y confunde, que ya no recuerdo a que sol bailan mis caderas, que soy incapaz de determinar el valor de un abrazo, de precisar con certeza el precio de los gestos. Podría decir que no se paraliza el ambiente cuando desesperada busco en la complicidad en las miradas y solo encuentro interrogantes.

Podría decir que no sé a qué sabe la ansiedad.

Podría mentir y afirmar que las competiciones son agua pasada, que ya no me reflejo en otros cuerpos, en otros iris. Podría decir que ya no me detengo en las carencias, que ya no me observo con tormentas en las pupilas Podría mentir y afirmar que no me cuestiono hasta el blanco de los ojos, que todo lo que me sobra en las piernas me falta también al pensar. Podría, sí, darme cuenta que vuelvo a escribir desde el suelo.

Detenerme un instante ante el abismo de mi vida e inhalar profundamente los grandes momentos que me erigen. Podría mentir y decir que el pasado no me persigue, que no me recuerdo entre las letras y el humo. Podría decir, claro, que casi no recuerdo la luz que emitía, las noches de poesía y trincheras donde eran otras manos las que me deleitaban con los poemas, con mis poemas. Que podría decir que ya casi no me acuerdo de lo tenue de la luz cuando recorrían mis líneas y, boquiabiertos, abrazaban al zar y al destino por compatirme ese preciso momento. Y cuanto reía, y cuánto lloré al cegarme un destello de felicidad.

Podría sostener una copa de vino y afirmar, con cierta risa nerviosa, que la inseguridad me persigue y siempre me alcanza. Que me miro y no encuentro la suficiencia, no logro entrever esa luz cegadora que me define y diferencia, como si a su lado se desvaneciera en el aire.

Podría decir, por supuesto, que dejarse llevar es ahora hacia el abismo.

Que la ternura se ha rendido a la racionalidad, que futuro se excita ahora con cascabeles engarzados y trebejos concienzudamente ordenados. Que poco se puede esperar de la conexión, de la explosión de dos cuerpos enfrentados, acariciados, derritiendo las frías noches de enero. Que nada se esconde tras el vino, que las cervezas son solo ocasionales y los días se rinden a la norma. Que la subjetividad de afecto recorre un amplia gama de colores y sabores, que el quejido de los días desquicia la esperanza.


Podría decir que todo esto no es cierto, pero si quieres, sí es cierto.

miércoles, 16 de agosto de 2023

Aquí y ahora.

"Me he sentado en el borde de mi vida

-desmedidamente terco-

y he observado un vacío

que yo mismo habitaba." C. Sanchis.

A veces.

A veces simplemente no puedo sostener la mirada hacia el caos, esa que se hunde hacia dentro. Levanto los ojos, recorro mi alrededor con la mirada y pese a mis intentos fallidos de construir precipicios no puedo ver más que el estruendoso destello del sol.

A veces simplemente no sonrío hacia dentro. 

A veces focalizo la energía pura de mi misma en encontrar los rumbos tormentosos que dirijan mi vida. Y no es aquí, ni fue allá, ni será en las aceras del porvenir. A veces, sencillamente, se me obstruyen las pupilas al deleitarme con el sonido del horizonte, al perderme en los libros que aún no se han escrito, al soñar, plácidamente lúcida, que será en las calles de mis futuros recuerdos donde tal vez me encuentre. Y tristemente me cercioro que no son las luces de la Alhambra, ni los acantilados empedrados donde siempre huele a tormenta. Que nunca fueron las burbujas del vino francés, ni las orillas doradas de aquel mediterráneo tan al norte, ni la magia y las leyendas atrapadas en los bosques de Corrèze. Que poco tienen que ver en el asunto las noches de Palace donde las risas eran ensordecedoras y nos brotaban mariposas del pelo y cerveza de las manos. Ni siquiera es cuestión de los inagotables caminos que conducían a la selva, pilotados por capitanes sin sombrero y sin barco, ni de las noches eternas bajo las estrellas de qualquierpartedelmundo donde la vida me juraba mil y una aventuras, donde el amor de las hermanas era capaz de detener los latidos del corazón y la conciencia. 

A veces, simplemente, la realidad es más evidente pero más desgarradora.

A veces la ecuación se presenta más sencilla pero más distante, más certera e implacable. Sin embargo, el centro puro de mi misma apunta vehementemente de fuera a dentro, con rabia, y espera paciente el preciso momento en que el caos y la tormenta aniden mi certeza y se apoderen de la suerte que me rehúye.

A veces simplemente no es tan fácil.

A veces no es cuestión de mirar y aplaudir sino de observar detenidamente y sostener cálidamente con un abrazo que sea capaz de romper el aquíyahora , con el tormento, con las montañas que sostienen nuestros hombros. 


"Nadie empieza de cero,

es otro ángulo, otra visión.

Quizá sujeta al ritmo inabarcable

de los tiempos muertos." C. Sanchis.

miércoles, 17 de mayo de 2023

Siento mucho estas semanas, pero también me alegró mucho haber pasado con vos este tiempo.

No sé cómo decirte que todavía riego tus plantas.

No sé como decirte que nuestra foto sigue reinando en mi salón, que puedo vernos desde cualquier perspectiva, que sigo recorriendo la línea de tu sonrisa con mis pupilas. Que todavía me descubro pensado en voz alta, vers toi, si alguna vez nos habremos pensado al mismo tiempo, si alguna vez me sigues leyendo en tus dibujos.

No sé cómo decirte que todavía recuerdo las primeras estaciones de tren en la Francia perdida.

No sé cómo decirte que todavía me refugio en la primera vez que buscaba ansiosa incrustarme en tu alma. En las primeras noches en el suelo acolchado y la ropa esparcida, la primera vez que te gritaba con los ojos, en la primera vez que me preguntaste si podías besarme. El aroma a café y las delicias de aquel verde francés que se me incrustó en el alma.

No sé cómo decirte que te sigo mencionando en mis conversaciones, que todavía siento tu reflejo en el espejo cuando me acaricio las heridas. Que todavía busco cobijo en los sueños que albergaban los días a las tres de la tarde. Que a veces giro la cabeza y te encuentro observándome, atónito. Que todavía recuerdo la huella de tus dedos cautivando mis sentidos.

                       -  Estoy memorizando el mapa de tus lunares -


No sé cómo decirte que no me desprendo de tus maneras.

Esa sonrisa que podría describir sin necesidad de palabras, todos y cada uno de los abrazos en los que juré que no quería separarme de tu camino. Que todavía te reconozco en los libros, que tu memoria me persigue y yo quiero que me encuentre. Que al perderme entre mis dedos te recuerdo sin esfuerzo, que mis sábanas decidieron vestirse de tu recuerdo y se presentan en mis noches, simples y sencillas, ofreciéndome tu pecho. Y sólo así me quedo dormida.

No sé cómo decirte que sigo buceando en los calendarios contando los días para que la felicidad me explote a besos. Que todavía se me eriza la piel cuando miro a través de las cortinas la calle que vestía mis sonrisas, tu mochila al hombro y el éxtasis de mis pupilas. Que todavía me pierdo en el barullo de mis sueños contigo de ti, en todas las calles de Latinoamérica que todavía no habíamos pisado pero construiríamos aunque fuera de ganas.


No sé cómo decirte que no soy capaz de decirlo, que la tinta sigue guiando mi corazón y marcando el índice.

No sé como decirte que aún hoy se me encoje la vida cuando se rumorea Marseille y trato de (no) engañar a las cervezas a las que juro que no sé de qué color es el mediterráneo francés, cuando aseguro que no sé como se visten los atardeceres en el Borély, cuando perjuro que no sé nada de la magia que envuelve el otoño que recorre Le Panier

Que no sé cómo decirte que no sé que tengo dentro cuando el tiempo busca en en centro puro de mi misma, que no sé qué idioma hablo por dentro cuando hablo de ti, cuando siento de ti. Que contigo, hoy y para siempre, aunque no fuimos siempre seremos, que Francia se rinde al talento que derrochas por los poros. Que dejaste parte de tu ser tatuado en las noches que paseo en la memoria, que siempre serás amor y caricias, que siempre serás en mi para mi.


Espero que nos veamos pronto, y si no para mi ha sido una experiencia increíble haberte conocido y compartir mi tiempo contigo, haber juntado mi vida contigo. Me pierdo en tu humedad, siempre sueño con tus líneas, siempre tocaré tus orejas, siempre te amo mi amor. Siempre. D.

lunes, 8 de febrero de 2021

Es horrible el miedo incontenible.

 Los bucles que forman parte de mi vida me aman.

Me ven caminando, tranquila, al sol de las baldosas grises mientras me observan de reojo, giran mis esquinas y me persiguen, saltan, se abalanzan y me agarran con fuerza. Los rumbos tormentosos que vienen a mi encuentro, las voraces espirales que me atrapan en sus centros, en el vacío del centro puro de mi misma.

Y los abismos se me presentan cada dos pasos, con carteles de colores que señalan, rechazando, el camino de la sombra de quien fui, con media sonrisa pintada en la cara reflejando la gélida calidez a la que me conducen. Y yo me dejo llevar, sólo me dejo llevar.

Estoy esperando a que un golpe de suerte ponga en orden mi vida.

Arrastro los pies y mi alma, desdibujo los caminos de la memoria, las sendas que nunca tendré el placer de volver a pisar, y focalizo mi atención en todo lo triste que suponen las sombras de lo que podría ser y no soy, de lo que jamás haré. Y todos los miedos de este maldito mundo me acompañan mientras el espejo se ríe a carcajadas cada vez que me peino, cada vez que me acaricio la piel y la desgarro, cada vez que estallo en llanto mientras hundo con fuerza mi dedo en las heridas. Que quiero ver sangre, que quiero ser sangre.

Entonces los precipicios aparecen y se rompen los puentes, y hasta la tristeza colgante de Bristol parece acogedora dese aquí. Y deslizo la tinta por mi piel, siempre en vertical, y camino en línea recta pensando que podré desteñir el mar. O al menos fundirme, deshacerme.

Cuando el porvenir es un disparo que no perfora pero mata.

Cuando el brillo del alma ciega, taladra, y las únicas fuerzas que se consiguen erguir están hechas de la incertidumbre que cubre el manto de los días. Cuando los días duelen, cuando se clavan como puñales, cuando la monotonía de la perdición envuelve cada momento. Ese gris sobrecogedor que conduce el rumbo de mis pupilas, que de nuevo en bucle me conduce al abismo de mis entrañas. Y hace frío y llueve, y huele como a los caminos congelados en los que lloré la vida en inglés. 

Y la vida se me escapa entre los dedos mientras lo observo atónita.

Y miro a mi alrededor pero no alcanzo a ver el sol, se me nublan las ideas y se inundan mis ojos, y respondo con una sonrisa alegre, espantosamente alegre. E intento buscar mi dosis en los libros, intento acallar mi conciencia cerciorándome que no soy la única a la que la tinta le pesa, a la que le arrollan los nuevos días. Y, de repente, me descubro leyendo desde el suelo, debajo a la izquierda, donde todas las sombras adquieren sentido. Y se pegan fuerte a mi, me sujetan con hilos rojos hechos de destino, y me susurran que desde aquí el fuego no quema, que los para siempre ahora tendrán un para siempre. Desde aquí.

Y todo se me viene encima con una extraña sensación de merecerlo, de perseguirlo de forma insaciable. Y de nuevo vuelven los precipicios empedrados de flores y esta curiosidad malsana de ir a su encuentro. Y reconociendo que desde aquí dentro la vida duele igual, pero dibujando sonrisas con la mano derecha nunca me ganó nadie. Y desde el centro puro de mis bucles salgo a la calle, con la pintura corrida pero la sonrisa tan firme como me permiten sujetar mis manos.


- Creo que eres la chica más alegre que he conocido en mi vida.

  - Creo que nunca te has parado a conocer a ninguna.

jueves, 12 de noviembre de 2020

"¿No me estás aguantando, muerte, de pie, la vida?"

 ¿Y quién lo tiende?

Quien podría entender el último aliento del primer suspiro de la mañana. Quién podría entender el último paso que avanzo para mover las agujas del reloj, 365 días antes para el resto de mi vida. Quién podría entender todas las sombras que habitan en los recovecos profundos de mi inmensidad. Quién podría entenderme cuando regreso y todo huele a botas de agua, a frío, con el pecho ardiendo. Quién podría entender la oscuridad.


¿Y quién me siente?

Traspasar la piel, sentir el vértigo, vestirse de los miedos de los que, tonta, alardeo. Quién puede sentir las heridas en las alas, el grito desgarrador que construye mi sonrisa. Quién puede caber entre mis dedos, quién puede apretar el nudo de mi cinta. Quién puede llevar mis pasos, cargarlos a la espalda de los días. Quién puede entender el café diurno, las tardes donde todos los fantasmas me resguardan bajo el peso de mis hombros.

Quién puede entender el misterioso néctar que impregna mis mejillas, quién puede entender el recorrido de los rumbos tormentosos que vienen a mi encuentro. Quién puede entender las cuchillas rozando mis talones, estas ganas de correr, quién puede entender el impulso al que conducen mis manos al romper los barrotes. Quién puede entender lo invisible de camino, el azul clarito, las sendas por las que no se ha de volver.

Quién puede conocer lo amargo de la sensación, los metros de caída, la incertidumbre. Lo desconocido, todo lo que tiene que venir y no viene. Quién puede comprender divisar el Parnaso, contemplar en la palma de la mano todo el continente hecho de freetours. Quién puede entender lo que se siente al estar completamente rendido a ese puto milagro que supone que exista. Y, al pestañear dos segundos... Tan sólo dos segundos. Todo lo sólido se desvanece en el aire.














jueves, 11 de junio de 2020

Michael tatto (Alcón)

Granada en primavera huele a las primeras veces.
Las calles se llenan del sol de la esperanza, de humo de cerveza, de los sueños de las noches de balcón y flores. De balcón improvisado, y Bristol tan cerca. Tan cerca.
Su cuarto pegado a la cocina seguía viviendo dentro de mi pero las colillas me alejaban y me recordaban el precio de Granada.

Todo surgió de casualidad, como surgen los momentos que se retienen en la memoria. La simple rutina de llevar la tierra en las venas suscitó la primera mirada penetrante. Tu sudabas tinta y derrochabas esa naturalidad que me quemó la cabeza antes que el pecho. Tus ojos desembocaban en la Malvarrosa, podría jurarlo. Vestías un olor cálido, con sabor a casa y agua salada que embriagaba.

Tenía que volver a verte. De repente creaste en mi la necesidad de encontrar una pequeña esquinita de la que tirar y volverte a ver. Creaste en mi el mayor de los deseos por uno de mis grandes miedos, y sin dudarlo un segundo decidí que te quería en mi piel.

Y fue entonces cuando surgió. Cuando nuestras palabras se enredaban en las risas de la tinta, en mi camiseta en la silla. Cuando te miraba a los ojos y me temblaban los brazos, cuando tu voz consiguió penetrar al fondo, a la izquierda.
Y cenamos. Recuerdo lo nerviosa que estaba cuando cogía mi copa de vino, cuando salíamos a fumar. Recuerdo cuando te dije que quería dormir contigo esa noche, que no quería dormir sola.

Y llegaron las noches de "te espero en el Liberia", las risas de "- llego en dos minutos. - ¿Dos minutos en el mundo de Andalucía, no?". Entonces la poesía desplegó su magia frente a nosotros, en todas las aquellas noches en las que recorríamos las trincheras de Miguel Hernández, en las que te enseñaba la herida que Salinas abrió en mi pecho y nunca se cerrará. Hasta C. Efe vino a visitarnos, repleto de sus calles, de Cavallers, de València de madrugada. Y rompías a reír con mis cosquillas, cuando te acariciaba el pecho, cuando te descubrí humano.
Y Granada nos hizo suyos, aunque sólo fuera por una noche, aunque solo fuera mientras visitábamos las postales de otros tiempos en los que una suerte mejor me conoció. Y llegamos a aquella esquina, la que tanto humo albergó en su día.
Y te sentí tan cerca.
Te sentí tan cerca que tus labios ardían, que tus brazos me hicieron olvidar por un segundo el vacío al que se enfrentaba mi ventana, las calles que seguían albergando su presencia en las aceras. Y, de repente, el camino de vuelta se volvió desde Gran Capitán a San Juan de Dios, y los pisos eran sólo para dos. Y las mañanas revolvían tus cajones buscando papel y tinta para dejar constancia que la noche no había sido un sueño. Y, de repente, no sólo soñaba cuando dormía.

Me ha gustado tu nota. Yo tambíen lo pasé muy bien anoche.

Quise susurrarte a los cuatro vientos que el abandono voló conmigo desde Phoenix Park hasta mi adorado Sur, que lo tenía incrustado en la piel que recorriste. Y tu me decías que regalar los besos siempre fue divertido, pero que conmigo no te sentías así, que conmigo tu luz brillaba más fuerte.
Y me dejé llevar.
Y me descubrí contando las horas, contando los poemas que te iba a recitar mientras tu acariciabas mi cara. Volví a desenterrar los libros de mi pasado, la poesía del sentimiento más puro que tuve. Y te leí cada uno de los poemas que me erigió, que me puso de pie y me definió, que alimentó mi alma, que estaba grabado a fuego en mi pecho. Y me fui definiendo en verso y mostrándote como era a través de las palabras de los Grandes. Y tu me mirabas, desde la otra esquina de la cama, absorto, con una sonrisa a medias, y me decías que te encantaba mi voz, que acallaba tus demonios. Y sentí que mis dos pasiones empezaban a unirse y estallaban en noches llenas de esperanza.

Y todo terminó de casualidad, como acaban los grandes deseos que nunca llegan a convertirse en Historias.
Las noches de vino y poesía se evaporaron en el aire que trajo consigo el verano al Sur. Las mismas incógnitas, el mismo futuro incierto de cada año y el deseo desbordado de tu presencia.
Y Granada me dejó ver que mi destino estaría muy lejos de allí, de todas las historias que encierran sus calles, de los risas que resuenan entre las paredes de los Grandes Momentos, de los pisos franco. Que sus esquinas no podrían ofrecerme de nuevo las primeras veces.
Y todo terminó como empezó, sin volver a verte.

Quería decirte que me sigo acordando de ti cuando me acaricio el brazo izquierdo, cuando recorro las líneas de tu tinta en mi piel. Que incluso hoy, un año después y con el corazón en su sitio, te sigo recordando. Que sigo riéndome, con taquicardia adolescente, cuando leo tus mensajes, cuando reproduzco en mi cabeza todo lo bonito que nos vistió aquellos meses. Que ha sido bonito volver a pensarte. Que me gustaría volver a verte, después de todo. Que fuiste un bonito mal final en mi querida Granada.


"Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos." 
El Principito.

viernes, 10 de enero de 2020

Pequeños príncipes con acento francés.

Te recuerdo en las cotidianas escenas de verano.

Te recuerdo en los días del equipo de cocina, entre humo de pimientos y aquellas maravillosas tormentas del Caribe. Te recuerdo en la música que me vistió entonces, en todos los rincones mi Castillo del alma, en aquella cabaña. Te recuerdo las noches de lotería, en cada monumento de la smoking área.
Te recuerdo en los bosques, en las setas venenosas, en los paseos por la tarde. Te recuerdo en las bicicletas por la tarde, en las mañanas de muro. Te recuerdo en todos los acentos del mundo.
Te recuerdo en todos los caminos de piedra que conducías hasta el paraíso de los fines de semana eternos, de los días de carretera y manta, de festivales indescriptibles y nuestras ganas de arder.
Te recuerdo en el verano en que me enamoré de las vacas, los pueblos y sus miradores, cuando moría de ganas por aprender francés y jugarme la vida por pasar cinco segundos más contigo.Cuando el futuro se vestía a cara o cruz.

Te recuerdo en todos los hoteles del país del vino diario.
Te recuerdo en todo el humo que invadió mi cuerpo y todavía siento. Te recuerdo en el aire, en la magia que impregnaba cada uno de nuestros momentos, cada uno de los instantes en los que me regodeé en tu ombligo.
Te recuerdo en las crepés con mucha nutella, en tus crepés con mucha nutella, en lo sencillo que fue enamorarse de tus ganas de hacerme sonreír. Te recuerdo en el olor a ropa limpia, a tu ropa limpia, en nuestras mañanas a la española con café caliente, cuando empezábamos el día por la mitad y nos sobrara para volar sin alas.
Te recuerdo en los desayunos con post-it's como flamantes diamantes, en tus pequeñas sorpresas, en todas las veces que me pregunté cómo podía existir algo tan maravilloso. En todas las veces que te miraba a los ojos notando como algo se tensaba en mi pecho, atónita.

Te recuerdo en todas las primeras veces aquí.
Te recuerdo en todos los rincones de Porte de Bourgogne, esperando ansioso en tu coche verme aparecer con el corazón en la boca. En los restaurantes al fresco, mis ganas de comerte la vida, y todo el humo que albergan nuestros pulmones.
Te recuerdo en todas nuestras conversaciones, en mis ganas de escuchar tu voz, de retransmitirte las aventuras cotidianas, en describirte los atardeceres en el suroeste.

Te recuerdo en las las dulces discusiones de los primeros días, esas que terminaban en tu cama y entre tus brazos. Te recuerdo dentro de tus ojos pardos, cuando podía ver el precipicio de mi alma entre tus cuerdas vocales.



Pero te recuerdo también en los primeros misunderstanging.
Te recuerdo en los abismos que formaste para crear distancia. Te recuerdo en todas las veces que se te quebró la voz pensando seriamente que tal vez yo podría buscar otra cosa, cuando fuiste incapaz de ver que el mundo entero me sobraba si tenía tu sonrisa, cuando no podías ver que mi felicidad estaba rendida a ese puto milagro que supone que tu existas.
Te recuerdo con todos tus fantasmas a caballo bajando por mi mirada, te recuerdo en todas las veces que luché a fuego para combatirlos, para abrirte los ojos, para llenarte la vida de flores. Recuerdo cuando nada fue suficiente.
Te recuerdo en todas las veces que juré que nunca más, en todas las veces que en las que la derrota me pareció el néctar más dulce, en todas las veces en las que empecé a coser mis heridas sin decirte nada. Tan tú. Que ya lo dijo Benedetti, es fácil levantar muros para no ser heridos, pero yo siempre fui más de construir puentes, que por ellos se va a la otra orilla pero también se vuelve. Que volver significa avanzar. Es algo que, tristemente, jamás te hice comprender.
Y me recuerdo a mi, pequeña niña de algodón con sabor a agua salada, desde el suelo, viendo rugir a todos tus fantasmas, viéndote escupir fuego por los ojos, abriendo distancias, incapaz de escucharme, incapaz de entenderme. Sabes, anhelo que me sientas cuando me llores.

Pero también nos recuerdo cuando no podía parar de sonreír, cuando seriamente me preguntaba si podía ser real.
Nos recuerdo en todas las veces que cerré los ojos, en todas las veces que me pellizqué las mejillas para ver si estaba soñando.
Nos recuerdo en todos los besos, en todos los viajes, en todos los asientos de los coches. Nos recuerdo entre las olas, de la mano plantandole cara al futuro incierto. Nos recuerdo con todo el amor del mundo en las calles de Vichy, en las playas artificiales, en los vasos de los festivales de las primeras veces.




Que nos recordaré siempre sonriendo, en tu cama, tocando mi pelo, descubriendo cada centímetro de tu cuerpo. Que nos recordaré siempre desnudos, riendo, amándonos, divagando sobre el porvenir. Que nos recordaré siempre en cada "me too", en todas las veces en las que te apresurabas a decirme que me querías cuando yo te preguntaba algo. Que nos recordaré siempre felices, creando nuestra felicidad y descubriendo nuestros miedos.
Nos recordaré siempre como aquella primera vez en los lagos del centro de Francia, con taquicardia adolescente, sonriendo hasta doler, con ganas de comernos la noche.




Lo siento.